La Torá es pro inmigrante. Nehemías no lo era

Tomado, traducido y adaptado de Carmen Imes, «The Torah is Pro-Immigrant. Nehemiah Was Not». Disponible en https://www.holypost.com/post/the-torah-is-pro-immigrant-nehemiah-was-not?fbclid=IwAR36N2feUVaHuYzkCbjdNnYHI4RaX_mDiwz4_9hHDN3F_6BnafTyhBzALKg

Imagine este momento real en la historia de la humanidad:

Una nación acaba de salir de una larga depresión económica tras perder una guerra que creen que deberían haber ganado. El ascenso de otras potencias debilita su capacidad de autogobierno, haciéndoles parecer débiles en la escena internacional. Ese vacío de liderazgo contribuye a un largo periodo de apatía y desilusión. Otros les intimidan. Pero aparece un líder fuerte y empieza a acaparar la atención pública. Su fuerza y su visión son contagiosas. Reúne a la gente para restaurar una infraestructura significativa, de modo que puedan hacer el trabajo más importante de reconstruir la sociedad ideal, una sociedad que no perderá fácilmente contra otra alianza de potencias hostiles. Estudia detenidamente las necesidades y las oportunidades. Cuenta con el respaldo de figuras clave del gobierno. Cree que el país está preparado para alcanzar la grandeza. Sólo un gran problema se interpone en su brillante futuro: los extranjeros. Este líder convence a la comunidad de que lo mejor para todos es eliminar a aquellos cuya etnia los convierte en «otros». La presencia de extranjeros les hace vulnerables. Los extranjeros diluyen su fuerza nacional. Planean reunir a los extranjeros y echarlos.

No, esta historia no trata de Adolf Hitler. Se trata de Nehemías. Esta historia está en la Biblia.

¿Una historia de liderazgo ejemplar?
Nehemías estaba entre los exiliados de Judá que vivían en Susa al servicio del rey persa Artajerjes. Escuchó informes sobre cómo su patria nunca se había recuperado del ataque babilónico en 586 a.C.. De su oración aprendemos que Nehemías atribuyó (con razón) el exilio de su pueblo a su incapacidad para cumplir los mandamientos de Dios. Comprendió que la posibilidad de prosperidad futura para su nación dependía de su obediencia al pacto (Neh. 1:5-9). Decidió utilizar su proximidad al rey para obtener permiso para abordar este problema. Consiguió el permiso del rey para regresar, con pasaje seguro y suministros para la reconstrucción (Neh. 2).

Nehemías organizó a la comunidad para reconstruir la muralla (Nehemías 3). También abordó la grave crisis económica persuadiendo a los funcionarios para que dejaran de cobrar intereses a su propio pueblo (Neh. 5). Al cabo de un tiempo, Nehemías regresó a su puesto en Susa (Neh. 13:6). Cuando el muro estuvo terminado, el pueblo se reunió para una gran celebración. Alguien leyó la Torá en voz alta y todos juntos descubrieron un mandamiento olvidado: «los amonitas y moabitas no debían jamás formar parte del pueblo de Dios; porque no solo no habían dado de comer ni de beber a los israelitas, sino que habían contratado a Balán para que los maldijera». (Neh. 13:1-2)

La orden procedía del Deuteronomio 23, un capítulo dedicado a definir quién está dentro y quién está fuera (Dt. 23:3[4]). La instrucción se basaba en un frustrante episodio en el que los pueblos de Amón y Moab no permitieron a los israelitas atravesar pacíficamente sus tierras en su camino hacia la tierra prometida. Moisés transmitió intencionadamente el recuerdo de esta falta de hospitalidad para que las generaciones futuras respondieran en consecuencia. Sin embargo, el pueblo de Judá sobreinterpretó y subinterpretó este mandamiento. En primer lugar, se saltaron su fecha de caducidad («hasta la décima generación»), que ya había pasado hacía tiempo (Dt 23:3). En segundo lugar, en lugar de excluir sólo a los amonitas y moabitas, «apartaron de Israel a todos los que se habían mezclado con extranjeros» (Neh. 13:3, énfasis mío). Hicieron esto a pesar de que Deuteronomio 23 afirma explícitamente que después de tres generaciones podían incluir a egipcios y edomitas, y que los esclavos fugitivos siempre eran bienvenidos (Deut. 23:7-8, 15-16). En otras palabras, Deuteronomio 23 era mucho menos estricto en cuanto a la exclusión de extranjeros que la interpretación propuesta por los judíos de la época de Nehemías.

Nehemías interviene
Nehemías no estuvo presente durante esta debacle, pero cuando regresó, abordó lo que consideraba un problema recurrente: «En aquellos días también me di cuenta de que algunos judíos se habían casado con mujeres de Asdod, de Amón y de Moab. La mitad de sus hijos hablaban la lengua de Asdod o de otros pueblos y no sabían hablar la lengua de los judíos» (Neh. 13:23-24). Su incapacidad para asimilarse a la lengua y la cultura hebreas probablemente indicaba también un descuido del culto adecuado, aunque el texto no lo dice. Dios no dio ninguna orden directa a Nehemías en este punto. Basándose en un precedente histórico fiel, Nehemías tenía varias opciones. Podría haber entrevistado a cada familia para determinar sus lealtades religiosas. Tal vez, como Rut, algunos de ellos querían seguir a YHWH. Para aquellos que estaban comprometidos a seguir a YHWH pero carecían de entendimiento, podría haber nombrado a alguien para enseñar el idioma hebreo y el culto a YHWH. En cambio, sin tomarse el tiempo de investigar, informó: «Entonces los reprendí y los maldije; a algunos de ellos los golpeé, y hasta les arranqué los pelos, y los obligué a jurar por Dios. Les dije: ‘No permitan que sus hijas se casen con los hijos de ellos, ni se casen ustedes ni sus hijos con las hijas de ellos'» (Neh. 13:25).

La estricta aplicación de la ley por parte de Nehemías no dejaba espacio para aquellos cuyas historias podían haber reflejado a fieles no israelitas que se habían unido a la comunidad israelita a lo largo de los tiempos. Por ejemplo: la «multitud mixta» que salió de Egipto con los israelitas (Éxo. 12:38), Séfora la madianita (Éxo. 2:11-22; 4:24-26), Rut la moabita, o Rahab la cananea (Jos. 2), por no hablar de Efraín y Manasés, los hijos medio egipcios de José, que eran jefes de dos de las tribus de Israel.

Nehemías también pareció olvidar a los extranjeros que bendijeron a la familia de Abraham sin unirse a ella, como Melquisedec (Génesis 14), la hija del faraón (Éxodo 2:1-10) y Jetro (Éxodo 4:18; 18:1-27). La «sangre extranjera» enfáticamente no era el problema. En todos los casos en que YHWH prohibió los matrimonios mixtos, su razón declarada fue impedir la adoración de otros dioses. El problema con los extranjeros era siempre la falsa adoración o el antagonismo hacia Israel.

Las raíces de la xenofobia
Para ser honestos, Nehemías había experimentado la oposición de algunos extranjeros que preferían que el pueblo de Judá fuera indefenso. Un horonita, un amonita y un árabe interfirieron en sus proyectos burlándose repetidamente de él y amenazando con atacarle (2:10, 19; 4:1-5). ¿Contribuyó la historia negativa de Nehemías con estos no israelitas a una xenofobia generalizada? ¿Había olvidado la propia historia de Israel y cómo ésta moldeó las leyes que Dios les dio?

«No maltrates ni oprimas a los extranjeros, pues también tú y tu pueblo fueron extranjeros en Egipto. No explotes a las viudas ni a los huérfanos, porque, si tú y tu pueblo lo hacen y ellos me piden ayuda, yo te aseguro que atenderé a su clamor: arderá mi furor y los mataré a ustedes a filo de espada. Y sus mujeres se quedarán viudas y sus hijos, huérfanos» (Éxo. 22:21-24 NVI, el énfasis es mío).

«No opriman al extranjero, pues ya lo han experimentado en carne propia: ustedes mismos fueron extranjeros en Egipto» (Éxo. 23:9 NVI, énfasis mío).

«Cada tres años reunirás los diezmos de todos tus productos de ese año y los almacenarás en tus ciudades. Así los levitas que no tienen patrimonio alguno, los extranjeros, los huérfanos y las viudas que viven en tus ciudades podrán comer y quedar satisfechos. Entonces el Señor tu Dios bendecirá todo el trabajo de tus manos» (Deut. 14:28-29 NVI, énfasis mío).

La ley de Israel insistía tanto en el trato benévolo a los extranjeros que se convirtió en el modelo de trato a cualquiera que pasara por malos momentos: «Si alguno de tus compatriotas se empobrece y no tiene cómo sostenerse, ayúdalo como lo harías con el extranjero o con el residente temporal; así podrá seguir viviendo entre ustedes» (Lev. 25:35 NVI, énfasis mío).

Es difícil imaginar cómo alguien puede leer toda la Torá y llegar a la conclusión de que expulsar a todos los extranjeros era la única o incluso la mejor solución a los matrimonios mixtos generalizados.

Otras voces
Nehemías no fue el primero en adoptar este enfoque. Esdras había allanado el camino para ello cuando llegó a Judá años antes para enseñar la ley de Dios (Esdras 7:1-6). Descubrió que el pueblo de Judá, incluso los sacerdotes y levitas, se habían casado con «los pueblos vecinos con sus prácticas abominables» y «mezclado la raza santa con los pueblos que los rodeaban» (Esdras 9:1-2). Tras la oración colectiva de confesión de Esdras, un miembro de la comunidad sugirió una solución: «Hagamos un pacto con nuestro Dios, comprometiéndonos a expulsar a todas estas mujeres y a sus hijos» (Esdras 10:3).

No tenemos pruebas de que esta idea procediera de Dios ni de que un oráculo profético la confirmara. El divorcio masivo que propuso este hombre fue simplemente su propia sugerencia. Todos los hombres estuvieron de acuerdo, así que empezaron a tramitar los casos familia por familia. Cuando todo estuvo dicho y hecho, 111 hombres enviaron a sus esposas extranjeras con todos sus hijos.

Vale la pena considerar las palabras de un profeta contemporáneo llamado Malaquías. Los libros de Esdras y Nehemías no lo mencionan, pero Malaquías también se dirigió a la comunidad postexílica, llamando la atención sobre la infidelidad de Judá: «al casarse con mujeres que adoran a un dios extraño, Judá ha profanado el santuario que el Señor ama» (Mal 2:11). Curiosamente, según Malaquías debían expulsar al hombre de la comunidad por su infidelidad, presumiblemente con su familia, ya que Malaquías también insistía en que cada uno debía ser fiel a su pacto matrimonial (Mal. 2:12-15). Malaquías transmitió este oráculo profético: «‘El hombre que aborrece y repudia a su esposa —dice el Señor, Dios de Israel—, cubre de violencia sus vestiduras’, dice el Señor de los Ejércitos». (Mal. 2:16 NVI)

¿Era el divorcio la respuesta correcta al problema de los matrimonios mixtos? No, según la palabra de Dios a través del profeta Malaquías. Los líderes masculinos de la comunidad no deberían haber castigado a las mujeres (y a sus hijos) en lugar de a los hombres que pecaron al casarse con ellas en primer lugar. Dos errores no hacen un acierto.

Malaquías ofrece una perspectiva canónica de las políticas de Esdras y Nehemías. La lectura conjunta de estos libros pone de manifiesto la falta de directrices divinas para Esdras y Nehemías. No tenemos pruebas de que ninguno de los dos buscara la orientación del Señor sobre esta cuestión específica. Como ambos libros son testimonios en primera persona («yo»), no tenemos una condena explícita de su comportamiento por parte del narrador. Sin embargo, el canon demuestra lo inadecuado de su enfoque.

Olvidar nuestra historia
Esdras y Nehemías eran inmigrantes. Habían vivido como extranjeros entre babilonios y persas. Formaban parte de un pueblo cuyo fundador, Abraham, había sido un emigrante sin tierra propia (aparte de una cueva sepulcral; Gn. 23). Muy poca parte de la Torá, en la que se inspiraron Esdras y Nehemías, tuvo lugar en la tierra de Israel. Durante la mayor parte de ella, sus antepasados habían sido nómadas, dependientes de la hospitalidad de otras etnias. ¿No habían aprendido nada de su experiencia como extranjeros?

La ironía de su etnocentrismo es que Esdras y Nehemías no podían mirarse al espejo sin ver a un extranjero. Cuando olvidamos nuestra propia historia, es fácil imaginar a los demás como los extranjeros y a nosotros como los que pertenecemos. Por eso Dios instituyó un ensayo de los orígenes de Israel en su ritual anual. Con cada nueva cosecha, el pueblo de Dios debía llevar una ofrenda al santuario central y hacer esta declaración:

«Mi padre fue un arameo errante y descendió a Egipto con poca gente. Vivió allí hasta llegar a ser una gran nación, fuerte y numerosa. Pero los egipcios nos maltrataron, nos hicieron sufrir y nos sometieron a trabajos forzados. Nosotros clamamos al Señor, el Dios de nuestros antepasados, y él escuchó nuestro ruego y vio nuestra miseria, nuestro trabajo y nuestra opresión. Por eso el Señor nos sacó de Egipto con actos portentosos y gran despliegue de poder, con señales, prodigios y milagros que provocaron gran terror. Nos trajo a este lugar y nos dio esta tierra, donde abundan la leche y la miel. Por eso ahora traigo las primicias de la tierra que tú, Señor, me has dado» (Deut. 26:5-10).

En otras palabras, los israelitas debían recordar periódicamente que la tierra no les pertenecía originalmente. Era un regalo de Dios y los productos le pertenecían. Esta declaración daba forma a una respuesta práctica:

«Acto seguido, pondrás la canasta delante del Señor tu Dios y te postrarás ante él. Y los levitas y los extranjeros celebrarán contigo todo lo bueno que el Señor tu Dios te ha dado a ti y a tu familia.Cuando ya hayas apartado la décima parte de todos tus productos del tercer año, que es el año del diezmo, se la darás al levita, al extranjero, al huérfano y a la viuda, para que coman y se sacien en tus ciudades» (Deut. 26:5-12 NVI, énfasis mío)

Los extranjeros no sólo eran bienvenidos, sino que pertenecían al pueblo. La lectura selectiva de la Torá por parte de Esdras y Nehemías dio lugar a prácticas que no reflejaban la visión de Dios para la comunidad israelita. En nombre de la fidelidad bíblica, perdieron de vista la hospitalidad bíblica. El diseño literario de ambos libros pone de relieve el fracaso de cada intento de reforma monoétnica.

Una advertencia para nosotros

Reconocer la miopía interpretativa de la comunidad postexílica es esencial para que no repitamos su paso en falso. El mundo es extraordinariamente complejo. Quienes insisten en soluciones bíblicas sencillas para cuestiones complejas suelen hacer una lectura selectiva.

  • Inmigración.
  • Conflictos armados en Tierra Santa.
  • Política.
  • Desobediencia civil.
  • Asistencia social.
  • Mujeres en el ministerio.

Necesitamos una estrategia de lectura más sólida que vaya más allá de los versículos aislados. Debemos aprender a leer las historias bíblicas con el telón de fondo de toda la colección de mandamientos bíblicos y viceversa. Las consecuencias de descuidar parte del testimonio bíblico pueden ser desastrosas.

Deja un comentario